General

Perdida en el bosque

Un crujido la obligó a girar su cabeza con brusquedad y comprobó que seguía sola.

Seguramente algún animal habría pisado una rama, o tal vez cayó una piña de alguno de los cientos de pinos centenarios que había en ese bosque.

La ruta de las siete cuevas se llamaba la ruta, y ya hacía al menos dos cuevas que había perdido de vista al grupo.

Era verano pero aún así empezaba a refrescar, y el ocaso estaba dando paso a la noche cerrada de luna nueva.

¿Y si nadie se daba cuenta de que la habían perdido? Había acudido sola en su coche así que era posible que nadie notara su ausencia. Y tampoco hacía tanto que conocía a aquella gente.

¡Cómo había sido tan tonta de dejar el móvil apagado en la guantera! ¡Con lo que le gustaba ir sacando fotos todo el tiempo!

Podría intentar seguir las indicaciones de la PR, pero cada vez le costaba más encontrarlas.

O podría intentar hacer algún refugio para pasar la noche y continuar cuando amaneciera.

Una vez más comprobó el frontal que había echado en la mochila. No, no tenía pilas.

– Desde luego Pili, te has lucido organizando la salida – se dijo.

Rocky, su fiel compañero canino estaba sentado a su lado descansando, ajeno a la preocupación de su dueña.

La segunda opción empezaba a parecerle de lo más razonable, no parecía que su perro tuviera ganas de seguir caminando.

Y además,  estaba la posibilidad de desviarse de la ruta y por la mañana estaría más perdida.

Así que se levantó y empezó a juntar ramas y hojas secas para improvisar un lecho donde poder descansar.

Rocky y ella se darían calor mutuamente, y además el cuerpo de su mastín era como una almohada gigante y calentita (aunque peluda).

En su mochila no le quedaba gran cosa. La chaqueta, que ya se había puesto, medio paquete de almendras, un plátano y poco menos de media botella de agua.

Compartió el plátano con Rocky y guardó las almendras para la mañana siguiente.

Bebieron un poco de agua y se acurrucó junto a su mascota.

La noche ya había caído y la ausencia de luna había dejado un precioso cielo estrellado.

Por un momento se sintió afortunada de poder vivir esa experiencia con Rocky.

Hacía cuatro meses que le habían diagnosticado cáncer de pulmón con metástasis, y no se lo había dicho a nadie. Ni la familia ni los amigos más íntimos lo sabían.

Decidió que no quería que su vida cambiara. No quería mensajes y llamadas preguntando cómo estaba. 

Se negó a recibir quimioterapia, radioterapia, o cualquier otro tipo de tratamiento, y no quería escuchar a nadie diciéndole que debería estar pasando por eso. Que debería luchar.

Cada uno luchaba a su manera.

Ella quería eso. Estar tirada en un bosque por la noche, acurrucada con su perro y contando estrellas.

Quería salir a caminar sin tener que escuchar que debería estar descansando.

Quería poder comer y beber lo que quisiera sin que le dijeran que en su estado debería evitar el alcohol y las grasas.

Para lo que me queda en el convento, me cago dentro.

¿No se decía eso?

Pues era su convento y era ella la que decidía qué hacer con él.

Con este último pensamiento y mientras escuchaba la respiración de Rocky, se durmió.

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *