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La medusa.-

Era el primer domingo de septiembre, y también era el primer día de aquél verano en el que me bañaba en la playa. Es lo que tiene vivir cerca, que a veces se pasa el verano entero sin pisarla.

Mi prima había venido con su familia a pasar unos días en la playa, y yo llevaba varios años sin verla. Así que decidí acercarme para pasar el día con ella, justo en la playa en la prácticamente nos habíamos criado. 

Si algo disfruto del mar, y mucho, es nadar en él. Nadar en general me gusta, pero nadar en el mar, buah! es una experiencia distinta, es un nivel superior. Una mezcla del disfrute que me aporta el estar sumergida en un líquido que puede dominarme, y la sensación de que eres tú quien lo domina.

Mi prima y su familia empezaron a ponerse crema y yo siempre he preferido bañarme primero y ponerme la crema después, además así podía bañarme sola. Aunque en todo el verano no había sentido la necesidad en ningún momento de ir a la playa, en cuanto puse un pie en el agua me sentí culpable por no haber ido antes. Como si le debiera una disculpa al mar por no haberlo visitado aquel año. 

Me sumergí y empecé a nadar. Salía del agua de vez en cuando para girarme y ver la orilla. A veces me relajo tanto que pierdo la noción del tiempo y me alejo demasiado.

No llevaba gafas de nadar, así que simplemente cerraba los ojos.

Recuerdo que cuando era pequeña me daba miedo nadar así, por si le daba un manotazo a una medusa, a un pez, o se me enrollaba el brazo en una bolsa de plástico de esas que por desgracia flotan en el mar. 

Ahora me encanta.

Es lo más parecido a meditar: cierro los ojos, dejo mi cuerpo relajado con la fuerza justa para poder hacer el ejercicio y cuento brazadas

una… dos… tres… cuatro… respira

cinco…seis…siete…ocho… respira

nueve… diez… once… doce… respira

Cuando llegaba a la brazada veinticuatro paraba, sacaba la cabeza del agua, abría los ojos y miraba hacia la orilla para comprobar que seguía nadando en línea recta.

La segunda vez que paré vi una medusa. Pequeña y perfecta. Con su cabecita redonda y de un precioso color morado transparente. Aunque alguna vez me picó alguna, ni me dan miedo, ni me asustan.

Me alejé un poco para poder verla mejor. El agua estaba muy clara y calmada aquella mañana, se la podía ver perfectamente.

Aunque el agua la balanceaba suavemente, ella se dejaba llevar por el movimiento del mar, pero apenas se desplazaba.

Por un momento me imaginé que ella también me estaba observando, y mientras imaginaba qué pensarían aquellos seres de nosotros, los humanos, escuché una voz:Hola! – escuché sin saber de dónde venía aquel sonido – hace buen día hoy, verdad?

Me giré para buscar a quién me estuviera hablando, pero no vi a nadie, y volví a escuchar:

– ¡Hola! – escuché sin saber de dónde venía aquel sonido – hace buen día hoy, verdad?

Me giré para buscar a quién me estuviera hablando, pero no vi a nadie, y volví a escuchar:

-¿Para tí no hace buen día? – dijo sorprendida la voz – Bueno, para mí realmente es que hace bueno todos los días. Este verano está siendo especialmente caluroso. La temperatura del agua es tan alta, que todos nuestros familiares han venido a veranear este año aquí – dijo mientras yo seguía buscando el origen de esa voz.

 

-Perdona, ¿quién eres? – Dije extrañada, porque seguía sin ver a nadie

 

-Soy Luna, la medusa, ¿no me ves?

Miré hacia abajo y ahí estaba ella. Mirándome fijamente y poniendo sus pequeños tentáculos en forma de jarras.

¡No me lo podía creer! 

 

-EH! ¿Luna? ¿Eres una medusa parlante? y, ¿además tienes nombre? – No sabía qué me sorprendía más 

-Bueno, mi abuela dice que su bisabuela le contaba que cuando su tatarabuela era pequeña, las medusas solían hablar con la gente, pero que vosotros empezasteis a ser cada vez más y más y más, y como además os pasáis todo el verano huyendo de nosotras, porque os dan miedo nuestras picaduras, nos hemos ido alejando de vosotros. – su voz parecía triste – de hecho, ¡creo que eres la primera humana con la que hablo!

-Bueno, si te sirve de algo, tú también eres la primera medusa con la que hablo – dije intentando animarla un poco -Y estás sola? Creo que no he visto a ninguna otra medusa mientras nadaba

-Sí, hoy vine sola. A mi familia le gusta venir más tarde porque el agua está aún más calentita. Y mis abuelos solo salen a la superficie bien entrada la tarde. Además me gusta venir sola, si vienen ellos no me dejan acercarme a la orilla.

-¡Qué curioso! – dije – nosotros hacemos justo lo contrario, no dejamos a los niños que se metan solos en el agua, y a vosotras no os dejan acercaros a la orilla. 

Mi cabeza estaba a punto de sufrir un cortocircuito. Una cosa es imaginar que la medusa te está mirando, y otra muy distinta es entablar una conversación con ella.

Hace años tuve un compañero de trabajo que decía que hablar con las plantas está bien, pero que si te empiezan a contestar, tienes un problema.

¿Me estaría volviendo loca?

Mientras tenía estos pensamientos, una ola arrastró un poco a Luna hacia la orilla, y la vi alejarse de mí, sin poner resistencia.

Busqué a mi prima y su familia, y vi que aún seguían con el ritual de embadurnamiento en crema protectora.

Dediqué una mirada hacia el último sitio donde había visto a Luna, pero no había rastro de ella.

Cerré los ojos, me sumergí en el agua, y empecé a nadar.

Uno… dos… tres… cuatro… respira

cinco… seis… siete… ocho… respir

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