Desde que Alberto dejó de asistir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos, apenas salía de casa.

Sólo si se había acabado el alcohol.

Tras su última recaída la culpa y la vergüenza que sintió después de la resaca, le dejaron bloqueado y encerrado en sí mismo.

No cogía las llamadas de teléfono de su padrino, ni abría la puerta cuando sonaba el timbre por si era él.

Su mujer se marchó de casa el mismo día que llegó borracho tras la última recaída.

No le extrañó despertarse y ver que ni ella ni sus cosas estaban en casa.

Bastante había aguantado.

Hacía seis años que había perdido el trabajo y, con él, el control de su vida.

Los primeros meses fueron llevaderos. Después de casi veinte años trabajando en la misma empresa, un tiempo de vacaciones forzosas no le hacen mal a nadie.

Pero conforme pasaban el tiempo, las entrevistas de trabajo y las negativas, iba perdiendo la esperanza de volver al mercado laboral, y con ella llegaron la apatía, la desesperación y el abandono de sí mismo.

Todas las mañanas cuando su mujer se iba a trabajar la acompañaba al coche, y cuando la perdía de vista después de la primera curva, se metía en el Bar de Paco y no salía hasta la hora de comer.

Al principio era un café, luego otro y alguna vez una cerveza.

Poco a poco los cafés se convirtieron en carajillos, las cervezas pasaron a ser dos o tres, y algún chato de vino.

Tardó mucho en pedir ayuda, y solo lo hizo porque en sus momentos de sobriedad veía a su mujer sufrir y ella era lo único en el mundo que amaba de verdad.

Casi cinco años ya en Alcohólicos Anónimos. Con sus muchas recaídas y remontadas.

Una intermitencia de etapas que cada vez era más difícil de llevar.

Y ahora que su mujer no estaba… ¿Qué sentido tenía remontar?

El alcohol en casa se acabó. Hacía varios días que apenas comía nada sólido, cosa que le daba igual, pero había llegado el momento de bajar a por alcohol.

Con la misma ropa arrugada y sucia que llevaba desde hacía días, se dirigió al supermercado del barrio.

Nada más salir del portal se topó de frente con Andrés, su padrino.

-En algún momento tendrías que salir de casa - fue todo lo le dijo

-Ya no puedo más, me rindo. No voy a volver a las reuniones. Te agradezco todo lo que has hecho por mí y lamento haberte hecho perder el tiempo, pero …

-Carmen me llamó - le interrumpió

Los ojos de Alberto se abrieron como platos.

-Estaba preocupada por ti y me pidió que pasara a verte. Después de tanto tiempo sigues sin darte cuenta de que no es sólo por tí por quién tienes que hacerlo

Alberto bajó la cabeza y empezó a llorar.

No podía más. Por él, llegaría al coma etílico y acabaría con todos los problemas. Pero sabía que era el acto más egoísta que podría hacer.

Empezó a beber por perder el trabajo.

Pero no podía seguir bebiendo y perder a su mujer.

Andrés le puso una mano en el hombro y Alberto se lanzó a sus brazos llorando desconsoladamente.

-Esta tarde a las cinco hay reunión. Me voy a quedar contigo todo el día. Vas a comer algo y te vas a dar un buen baño. Luego iremos a la reunión, y cuando salgas, más tranquilo, llamas a Carmen. Está esperando tu llamada.

Alberto no contestó, solo siguió abrazado a su padrino como un niño pequeño, y cuando el abrazo se disolvió, se dejó llevar por él, casi de la mano, hasta su casa.

Al finalizar el día, después de comer, ducharse y acudir a la reunión, salió del local de la asociación temblando a causa de los nervios y los primeros síntomas de abstinencia.

No le hizo falta llamar a Carmen.

Ella estaba ahí. De pié, esperándolo.

Estaba preciosa.

No dijeron nada, ni falta que hacía.

Carmen sabía que era sólo por un tiempo.

Hasta la próxima recaída.