Llovía a cántaros el día que el comisario García, Abelardo García, volvía al trabajo.

Había estado de baja por depresión seis largos meses. Todo ese tiempo hacía que sus compañeros le habían llevado a urgencias después de tener una crisis de pánico en pleno interrogatorio al Pupas. Toda una experiencia para el pobre chaval, el Pupas, que pensó que todo lo que le estaba pasando al comisario García era por su culpa y empezó a confesar hasta los delitos de los que no se le acusaba.

A partir de aquel día, García empezó un peregrinaje entre psicólogos y psiquiatras que le recetaron todo tipo de medicamentos y otros remedios, más o menos conocidos y todos igual de poco efectivos.

Lo había probado todo. Las drogas legales, la terapia cognitiva conductual, el yoga, la meditación y hasta el grupo de teatro de la asociación de vecinos de su barrio.

Allí había conocido a la Carmela. Una loca del coño que estaba ahí porque la obligaban sus hijos, pero que según ella, lo único que le ayudaba con sus fases bipolares era la marihuana. A veces en forma de porros nocturnos para conciliar el sueño, y las más de las veces en los brownies tan ricamente aderezados que alguna vez había llevado a los ensayos del grupo de teatro, obviamente, sin contar nada a nadie de tan interesante ingrediente. 

Gracias a la adicción a los brownies de la Carmela, y a las noches que pasaba con ella apurando los cigarritos de la felicidad, consiguió recuperar algo de su cordura y volver al trabajo.

Y ese día, el que llovía a cántaros, el primer expediente que encontró encima de su mesa era el del pobre Pupas.

Seis meses y el chaval ya estaba ahí otra vez. ¿En serio? ¿Y le tocaba a él otra vez?

Algo parecido debió pensar el muchacho cuando lo vio entrar en la sala de interrogatorios.

-¡Hombre Pupas! ¿Tú otra vez por aquí? - dijo mientras lanzaba el expediente encima de la mesa - y por lo que veo, esta vez parece que se te ha ido un poco la mano, ¿no?

-Se se señor Comisario… cu cu cuánto tiempo sin verle - dijo mientras se encogía en la silla, bajaba la cabeza y escondía las manos esposadas debajo de la mesa

-Me tomé un descanso - controla García, que no note que estás nervioso - Pero por lo que veo, tú no has parado, eh! - dijo sentándose enfrente de él mientras se desabrochaba el botón de la chaqueta - lo que es la vida, parece que volvemos a estar donde lo dejamos

-Bueno, su su sus compañeros me me me tienen manía. Yo me me me gano la vida co co co como puedo. Estoy ven ven ven vendiendo kleenex por por por los se se semáforos

-Eso será, porque siempre que salen a darse una vuelta por tu barrio, te pillan “vendiendo kleenex” ¿Qué hacías esta tarde en el parque de los patos? ¿Vendiendo kleenex dices? ¿Y va bien el negocio? Porque no llevabas ningún paquete encima. Bueno sí, pero de esto - y lanzó sobre la mesa una bolsa de marihuana 

-Es so so solo para con con con consumo propio se se se señor comisario - dijo mirando la bolsa mientras empezaba a temblar

-Pues vas a tener que medir las cantidades o te va a dar algo. Pupas hombre, que ya nos conocemos. Además aquí hay más de 200 gramos, tú no te fumas eso ni en un año. 

Le dió unos segundos a ver si decía algo, pero el Pupas se había encogido sobre sí mismo y ni siquiera levantaba la cabeza. 

Ya se veía pasando la noche en el calabozo de la comisaría y viendo cómo lo trasladaban a los juzgados en un furgón policial por la mañana. 

Quién le mandaría a él salir de casa con tanta mercancía.

-Mira Pupas, no me preguntes porqué pero esta vez me has pillado de buenas y te vas a marchar por donde has venido. Ale! Arreando, sal de aquí antes de que me arrepienta

El Pupas levantó la cabeza con los ojos como platos

-Si no te mueves no te puedo quitar las esposas. Venga que ya me estoy arrepintiendo. ¡Levanta!

-Pe pe pero co co co misario 

-Nada nada, no me lo agradezcas - le quitó las esposas y le dio una palmada en la espalda - aquí no ha pasado nada. Ahora te vas a casa y descansas. Pero que no te vuelvan a coger los compañeros que igual no tienes tanta suerte. Te vas pero esto suma una hoja más a tu expediente, que empieza a parecer una trilogía, así que ve con cuidado

El Pupas salió corriendo de allí sin dejar de mirar hacia atrás. 

El comisario García le seguía con la mirada y lo vió andar atropellado y tropezando con todo aquel con el que se cruzaba. Le hizo un gesto con la mano para indicarle que se fuera y que no se preocupara. Como un padre benévolo que se despide con cariño de su retoño, al que acaba de perdonar las malas notas de clase y le deja salir con los amigos.

El encuentro con el Pupas no había estado tan mal.

Mientras veía al Pupas salir por la puerta de la comisaría, le entró una llamada.

-¿Qué tal la vuelta al curro? ¿Ya tienes a todos los malos controlados?

-Hombre Carmela! En tí estaba pensando - qué detalle de parte de su amiga llamarle ese día, y qué casualidad que le llamara justo en ese momento

-Espero que para bien - la carcajada posterior hizo sonreír a García

-¿A que no sabes a quién tenía aquí esperándome esta mañana? 

-¡No me fastidies! ¿han vuelto a pillar a mi sobrino? - ya no había ni carcajada, ni risa, ni sonrisa

-El mismo - ahora la carcajada era de García

-Más tonto y no nace. Mira que le tengo dicho que se ande con cuidado. ¿Qué ha hecho esta vez el cenutrio?

-Pues se le ha ido la mano con la mercancía de los kleenex, así que gracias a que estaba yo aquí. Para casa va ahora mismo, o eso debería estar haciendo

-Joder! Pues muchas gracias. A mi hermana cualquier día le da algo por culpa del membrillo éste. Te debo una Abelardo

-No me llames así o me debes dos. ¿Nos vemos esta noche?

-Venga, te espero en casa a las ocho. Preparé una buena cena

-Perfecto, yo llevo el postre - Y colgó sonriendo mientras cogía el fardo de “kleenex” del Pupas y se lo escondía en el forro interior de la chaqueta.