-¡Cuidado que viene!

-¿Quién? - dijo Mario

-¡El lobo! - Pablo soltó una carcajada

Eran amigos desde el jardín de infancia, acababan de cumplir los treinta y dos años y Pablo seguía con la misma broma.

-¡Es que vamos! si no te he gastado esa broma cien veces, sin exagerar, no te la he gastado ninguna.

A Mario siempre le había encantado el humor de su amigo, y la mayoría de las veces hacía como que caía en la broma, pero obviamente ya no era tan ingenuo. Le daba igual, escuchar su risa y saber que a pesar de los años mantenían el humor y se seguían escuchando reír, no tenía precio.

-Cualquier día será verdad y no te creeré - dijo sin separar la vista de la carretera

Ese fin de semana, como tantos otros durante su infancia, habían planeado pasarlo en casa de Pepe, el abuelo de Pablo. En una pequeña casa de campo que este tenía en las afueras, con árboles frutales, una huerta y algunos animales.

Cuando eran pequeños Pepe enviudó, y les propuso a los padres de Pablo y Mario hacerse cargo de los críos durante los fines de semana. Los niños eran como hermanos y disfrutaban muchísimo en casa del abuelo. La casa estaba cerca de la ciudad y podían subir y bajar fácilmente.

A sus padres les venía bien tener un tiempo para estar solos y a Pepe le encantaba la vidilla que le daban esos gamberros.

Durante años pasaron allí cada fin de semana, de viernes a domingo. Algunos puentes y más de una semana en verano.

Cuando cumplieron los doce años, los padres de Mario se separaron y él se fue a vivir con su madre a Valencia, de donde era su familia. 

Así fué como terminaron los fines de semana en el campo con su mejor amigo y su, para él también, abuelo Pepe. Pero siempre conseguía convencer a sus padres para que le dejaran allí algunos días durante las vacaciones de verano.

Mario y Pablo siempre mantuvieron el contacto y la amistad, y durante la época de la universidad empezaron a organizar sus propios viajes por el mundo, conociendo otras ciudades y otras culturas. 

Al terminar la carrera decidieron montar su propio negocio de turismo sostenible. Habían aprendido tanto con Pepe sobre la vida en el campo, el cuidado de la tierra y el amor por los animales, que pensaron que podrían aprovechar todos esos conocimientos para emprender.

El abuelo ya había cumplido ochenta y tres años pero seguía viviendo solo y les estaba esperando con la mesa del almuerzo preparado: pan tostado, café caliente, queso de cabra, tomate rallado, jamón serrano… Todo lo que sabía que les gustaba.

Estaba feliz de recibir a sus eternos niños, como él los llamaba.

-¡Chavales, qué alegría veros! - dijo abrazándose a ellos 

-¡Qué tal abuelo! ¡Uuuh! Veo que has preparado un banquete de bienvenida - a Pablo se le iban los ojos a la mesa

-¡Venga a comer! Y contarme, ¿dónde habéis estado éste año? 

-¡Pero si te hemos mandado fotos de todo! 

-Bueno bueno, ya sabéis que el chisme ese y yo… - dijo refiriéndose al móvil - la mayor parte del tiempo no sé ni por dónde anda

Durante horas rieron, comieron, y se contaron un montón de cosas. Pablo y Mario le hablaron de su último viaje por India, el verano pasado. 

Pepe les dijo que había una vecina nueva que le echaba una mano con el huerto a cambio de llevarse parte de la cosecha. Los dos amigos sonrojaron al abuelo bromeando sobre las verdaderas intenciones de la nueva vecina.

Se les hizo de noche recordando un montón de anécdotas de cuando eran críos y compartiendo con su abuelo los éxitos de su negocio.

Cuando se levantaron por la mañana el abuelo estaba frío. Los médicos dijeron que no sufrió, que murió durmiendo y que, por el rictus de su rostro, soñaba algo bonito.

Esa noche, el lobo vino de verdad y Pablo no lo vió venir. 

Esa fue la última vez que Pablo gastó la broma del lobo.