Roberto miraba asustado a su mujer. No se podía creer que ver a Conchi de aquella guisa, con lencería sexy y enfundada en esas botas de cuero altas que le llegaban hasta casi las ingles, le estuviera causando más terror que deseo.
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No os lo vais a creer, pero desde hace unos meses, cada noche me visita un caballo blanco y alado, que baja desde el cielo hasta mi ventana para recogerme y llevarme, mientras los demás duermen, a visitar lejanos lugares.
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