Largos meses habían pasado ya desde que Marcelo abandonó el hogar familiar en las remotas tierras de Alsacia, para iniciar sus peripecias por Europa.
El verano pasado, finalizando las fiestas estivales de su región, un grupo de feriantes y goliardos, estudiantes de vida pícara, pasaron varios días apostados junto al Rin.
Marcelo les visitaba por las noches y se sentaba junto a ellos en las hogueras que iluminaban el campamento, escuchando sus cantos e historias, y soñando despierto con vivir todas aquellas aventuras que escuchaba cantar.
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